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Mitad hombre, mitad máquina, todo policía.
1987 vivía de slogans, de música que escuchar, de películas que alquilar, de ropa que ponerse. De cosas que comprar.
Mitad hombre, mitad máquina, todo yuppie.
Los jóvenes profesionales urbanos llevaban tirantes, ganaban dinero a espuertas y usaban las tarjetas de crédito para cortar su dulce cocaína.
Pero, qué decir de las angustias de construirse a sí mismo y no conocerse en absoluto.
Por fin, se encontraba la panacea. Se comercializó el Prozac, la droga de la felicidad, curiosa pastillita que ocultar entre cóctel y cóctel.
También conocimos a yuppies buenos y simpáticos, como la Diane Keaton de 'Baby Boom' o aquellos sensibles 'Treinta y Tantos'.
Como perfecto año de su década, las imágenes se preferían ligeras, encomendadas al poder de Grayskull y de todos los santos alborotos hormonales.
Dolph Lundgren era He-Man, nadie arrinconaba a Baby, y Andrew McCarthy se enamoraba de una maniquí llamada Kim Cattrall.
Los jóvenes decidían.
La coleta se llevaba hacia un lado, bailar con Rick Astley parecía lo apropiado y lo más in era comprarse el 'Joshua Tree' de U2, trufadito de sus temas esenciales.
With or without you, Reagan, Thatcher y Gorbachov seguían gobernando el mundo.
Ronald tuvo un año agitado.
Lo operaron de la próstata y, en plena convalecencia, rendía cuentas ante el caso Irán-contras, escándalo de ílicita venta de armamento por parte de su gabinete.
En Berlín, Reagan se puso desafiante y retó a Gorbachov a que tirase abajo el Muro.
Gorbachov se lo pensó, especialmente cuando casi le da un infarto al ver una avioneta aterrizando sin permiso en la Plaza Roja de Moscú.
El aviador se llamaba Mathias Rust.
Aparte de poner en ridículo a la seguridad militar soviética, Rust quería hacer una demostración de que el aire no debe conocer de bloques ni de guerras frías.
Para que nos entendamos, Mathias Rust estaba un poco pirado, pero no dejaba de tener razón.
Mientras Gorbachov reflexionaba sobre el aperturismo, en Occidente se ponía de moda la China perdida y misteriosa tras el estreno de 'El Último Emperador'.
Nadie entendía la blancura de Michael Jackson, y Madonna se arrancaba por 'La Isla Bonita'.
En la season finale de 'Dallas', Victoria Principal as Pamela estrompaba su coche contra un tanque de petróleo y se provocaba un bonito incendio.
Pero había que tener calma: la Principal saldría viva.
Porque, en televisión, todos salen vivos.
No corrieron la misma suerte los pasajeros del Doña Paz, el ferry que colisionó con el petrolero Vector en el mar de Filipinas.
La masacre resultante le otorgó el triste título de 'Titanic asiático'.
Debutó Kylie Minogue con su versión del 'Locomotion', y Michael Douglas conocía las consecuencias de echar un polvo una noche y no llamar jamás.
Aquella Glenn Close de 'Atracción Fatal', símbolo ideal de la paranoia ochentera en torno al sexo.
Lola Flores juraba ante los tribunales que eso de la Declaración de la Renta era un invento socialista, mientras el fuego llenaba Barcelona tras el estallido etarra del Hipercor.
El año no acabó sin que los palestinos llamaran a la Primera Intifada contra los israelitas, otro episodio más en el cuento de nunca acabar.
Pero nada de eso importaba.
Porque habían llegado las Nike Air Max. Ponías el 'Faith' de George Michael, saltabas y era lo más parecido a volar.
Auténtica envidia para el niño emperador de Bertolucci.
Sí, 1987 debía ser la Tierra Prometida.
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Sara Ramirez